La perrita caliente

Una tarde de verano, apareció por la avenida. Morocha y despiadadamente joven, la perrita caliente paseaba su inminente cuerpo de mujer, irresponsablemente, ante la visión de aquellos buitres hambrientos.


Quien sabe porque frase desafortunada, decidió suspender su marcha para quedarse en aquella esquina, frente a la pizzeria "la bologna", donde nos reuniamos a deliberar idioteces y delinear estrategias de levante.

De todos los badulaques reunidos en la esquina, había dos particularmente penosos. Uno era Garrapata, acreedor de semejante sobrenombre, por ser el menor del grupo y estar siempre adherido al resto. Garrapata se dedicaba estoicamente a manguear, plata, tragos, lo que fuera.

El otro penoso era yo. Menor que los demas pero algo mas grande que Garrapata. Ya tenía mi propio sustento (supongo que por eso no ligué semejante apodo). Ambos eramos los mas inocentes del grupo.

Supongo que por eso, la perrita nos eligió a ambos.

Al mismo tiempo, claro.

Eso, por poner cara de boluditos.


Porque, como siempre digo, el vivo en serio, es el que pasa por boludo. Es vivo cuando realmente hay que serlo. En cambio, el boludo vive jactandose de lo que hizo, lo que hace y lo que hará, de cuanto tiene, cuanto gasta, cuando viene, cuando va... y de sus exitos... necesita que los demas crean que es un vivo.

Del que pasa por boludo uno no sabe nunca nada. Ni cuando gana, ni cuando pierde. El hace. Y se las guarda para el.


La perrita caliente apareció y trajo con ella un regalo irrepetible, delicioso, inolvidable.


Los "vivos"... ganadores natos, tomando cerveza en la esquina...


... los boluditos en cambio, aquella noche, terminaron comiendo un tierno bocadillo.



Calentito, claro.