Un amigo me había invitado a una fiesta.
Como para ánimos de fiesta estaba yo, que acababa de perder a mi padre a manos de una enfermedad renal. Aun recuerdo aquel llamado del 20 de julio al mediodía, cuando llegué a casa después de dejar lo que quedaba de mi viejo en el crematorio de San Martín.
- Hola…
- ¡Feliz día! – gritó una voz de mujer en el teléfono.
- Si… ¿Quién es?
- ¡Soy yo boludo! ¡La francesa!
- Mira… - dije, pensando las palabras – no estoy bien.
- ¿Qué te pasa pelotudo? – hirió ella.
- Ayer murió mi viejo. Y recién llego del cementerio…
- …
- Feliz día francia... Te dejo...
Ese sábado vino Patricio a verme. Lo lloramos juntos un rato, acordándonos del tipazo que fue el negro. Recordábamos cuando se lo encontró a Patricio en el subte, y lo agarró de atrás, desprevenido, y le dijo: "A vos te estaba buscando putito, vos te culeaste a mi señora" con voz amenazante.
Hernán casi se había desmayado, hasta que mi viejo le dijo “¡No te asustes nabo! ¡Soy yo!”. Nos reímos mucho con aquel recuerdo, y Patricio me dijo:
- Tu viejo fué grande... ¡que mierda!
- Si negro... pero lo que pasó, pasó. Y hay que remar ahora.
- Hay una fiesta hoy a la noche, una compañera de la facu…
- No negro – le dije – no me siento como para ir.
- Dale… te va a hacer bien. Chupemos un poco y olvidemos por un rato.
No sé porque. Acepté a desgano, tal vez para evitar que Patricio siga insistiendo. Aquella famosa fiesta era en un departamento de la calle Bilbao. Cerca de Avenida Directorio. Había muchísima gente, y entre ellos, había un fantasma, que era yo, caminando sin rozar a nadie, tomando algo, mirando, escuchando.
Y habló la turca.
- A mi los guantes de látex me calientan mal – dijo.
Me quedé con esa frase, abrí bien los ojos y me acomodé cerca. Mi habilidad de buen oyente, se mezcló con el interés que me despertaba la turca, una morocha tan voluminosa de pechos como de labios. Observé a la turca con detalle y todo en ella era atractivo.
Me acerqué de a poco, y me integré lentamente en la conversación. Algunas palabras sueltas que me salieron después de la presentación.
La turca me miró, y desvió la mirada sin ningún interés. Ella estaba en su mundo, yo en el mío, y en esa misma corriente fluíamos los dos sin rumbo. Ella, iba río arriba como el salmón. Yo, iba río abajo, como una pelota que el agua le había robado a un chico. Y en realidad, nunca me dí cuenta de si yo era la pelota, o el chico.
La turca se llamaba Pamela, y supe al momento de su retirada, que vivía dos pisos más arriba de la amiga de Patricio.
Cuando se fue, me ofrecí tímidamente a acompañarla. Ella me miró, se encogió de hombros, y dijo:
- Como quieras.
- Si te incomoda, no. Es decir, quiero…
- Mirá – gruñó – no me interesa acostarme con vos.
- No no… no me entendiste – dije – disculpame si fue eso lo que dejé ver.
- ¿Entonces?
- Mirá… sinceramente… no estoy en un buen momento.
- Aja…
- Y los que me conocen, me miran, me hablan con lástima.
- ¿Lástima?
- Si… bueno… no importa… necesito hablar de boludeces, con alguien que no me conozca.
Pamela me abrió la puerta del ascensor y esperó a que yo entre. Subimos en silencio. Abrí la puerta y la dejé pasar a ella esta vez. Ella no usaba perfume, así que pude sentirle el perfume de la piel. Me gustó, para que negarlo.
- Entenderás que no te voy a dejar entrar a mi casa, porque no te conozco.
- No hubiera entrado si me invitabas – dije – solo quiero hablar de cosas triviales.
- Vivo acá desde el 2000. Mi vieja me compró el departamento con una plata de un seguro de vida de mi viejo – dijo.
- No es nuevo esto, Pamela – intervine – Me parece que coincidimos en lo del viejo.
Hablamos un rato, nuestras historias eran iguales, excepto que mi viejo no tenía seguro de nada. Por eso opté por dejarla irse a dormir.
- Me parece que solo nos vamos a hacer daño – dije.
- O podemos simplemente decir que alguna vez nos conocimos.
- Si, el tema, es mas complicado, porque me gusta como es lo poco que se de vos.
- Eso si es un problema – dijo – porque no quiero tener nada con nadie.
- ¿Puedo pasar alguna vez a verte?
- Solo una. Y tenés que saber aprovecharla.
Me volví solo, con el 44 hasta Chacarita, y de ahí el Urquiza hasta mi casa.
El lunes a la mañana no trabajé, al igual que toda esa semana. Lo aproveche para ir a una odontológica, y comprar una caja de guantes de látex.
(Continuará)
jueves, 26 de febrero de 2009
Los guantes de látex - Parte I
Puteó
El gato vagabundo
a eso de las
10:35
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 patadas en el orto:
Digámoslo de una vez: Pamela es nombre de trola.
Yo le tengo toda la fe a Pamela. Pamela la banca.
Publicar un comentario